31.7.07

Esas conversaciones innecesarias

Cuando te encuentras con alguien que hace tiempo que no has visto y con el que nunca llegaste a tener una relación lo suficientemente “relación” como para que dé igual el tiempo que pase que puedes seguir teniendo una conversación normal, de persona a persona, y además te encuentras de frente, sin previo aviso, sin haberte dado cuenta, y ya es imposible hacerse el loco, la loca o lo que toque, llega una de esas conversaciones innecesarias e incómodas.

Los primeros tres minutos son fáciles: qué tal tu gente que yo conocía, qué tal mi gente que tú conocías. Tras las explicaciones oportunas en las que básicamente se habla de novios, maridos, hijos o trabajos exóticos (sólo se habló de trabajos si eran exóticos aunque a mi me hubieran interesado más los trabajos que los hijos ahora que lo pienso, no porque no dé importancia a los hijos, que se la doy, sino porque a los hijos no los conozco, me puede alegrar que la gente tenga hijos, así en abstracto, pero me resulta más interesante saber a qué se dedicó finalmente esa persona que veías que se podía comer el mundo, o esa otra más calladita sobre la que nunca llegaste ni siquiera a concluir si era inteligente o no), llega el famoso silencio incómodo que más que un silencio es un grito de la vida que te dice que el tiempo pasa, inexorable, que ya no eres la misma, que ya no es ella la misma, que las conversaciones tontas y el saber todo el mundo lo que hace todo el mundo se quedó encerrado en esa clase del colegio.

Me alegra encontrarme con gente que fue parte importante de mi vida durante tanto tiempo pero ahora que lo veo desde aquí me extraña ver cómo las circunstancias y la vida logran tanta división en lo que en su día era una unidad.

26.7.07

El tiempo es relativo


H&M es una excepción en el tiempo. Por esa tienda no pasa el tiempo, aunque fuera el segundero sí siga su camino. Tú entras, miles de percheros se muestran ante ti, sabes que tienes que bucear, rastrear, encontrar, que una ojeada rápida no vale para nada, que cualquier prenda te puede sentar fenomenal o ser un envío del diablo, que nada se puede asegurar sin haber analizado antes concienzudamente el objeto en cuestión. El concepto no tiene nada que ver con Zara, donde ni siquiera tienes que ir a los probadores. Viendo la prenda en la percha, en la barra, sabes con muy poco margen de error si te quedará bien o si es un horror. En H&M los sentimientos hay que agudizarlos, hay que mirar detenidamente cada perchero, en muchas ocasiones sacar la prenda, examinarla, tocarla, mirarla por detrás, por delante, intentar imaginarla, llevársela al probador junto con otros miles de artículos con los que te ha pasado lo mismo, aguantar con una sonrisa la maléfica cara de la mujer-guarda-probadores que no te deja meter más de siete artículos en el probador y convencerla de que su día va a ser infinitamente mejor si te guarda todas aquellas prendas que pasen de las siete (que si nos hemos visto toda la tienda serán por lo menos otras siete) para que no tengas que dejar por ahí tirados todos tus hallazgos. Y entonces empieza el difícil camino de la selección. La mitad de las cosas son claramente un atentado contra tu dignidad, un par de ellas son un hallazgo genial y ya sabes que cada vez que te las pongas la sonrisa invadirá inmediatamente tu cara, y el resto… del resto una no sabe nunca qué pensar. Unas están bien, otras son parecidas, te llevarías todas si tuvieras dinero y armario de sobra, pero sabes que no debes. Intentas encontrar argumentos para elegir unas y descartar las otras pero siempre hay un pero, por lo menos un pero, a veces incluso dos. Al final, con la cabeza hecha un lío logras deshacerte de dos de ellas con el argumento de “esto me lo voy a poner dos veces” y sales del probador con muchas más cosas de las que sabes que debes llevarte. Le agradeces a la mujer-guarda-probadores su amabilidad y te pones en la cola de la caja dispuesta a hacer una criba perfecta antes de que llegue tu turno. En ese momento te das cuenta de que se te ha olvidado mirar la ropa interior. Hay veces que encuentras cosas maravillosas a precios muy buenos, dudas si abandonar la cola o no, intentas mirar de refilón, es imposible distinguir nada, tu mente se acuerda de la excesiva cantidad de ropa que se acumula en tus brazos, tus ojos lo comprueban, desistes de tu idea, coges una por una las prendas que no sabes qué hacer con ellas, las remiras, imaginas las posibles e infinitas combinaciones con el resto de tu armario, dejas lo que menos utilidad crees que te va a dar, en el último momento decides quedarte con una cosa más de las que habías planeado, cuando la dependienta te dice el total sientes que te falta el aire, pagas, intentas apaciguar tu sentimiento de culpa pensando en lo mucho que te has sacrificado dejando todo lo que has dejado, te dan las bolsas, miras la hora, te acuerdas del idiota del alcalde y los putos parquímetros, vas corriendo a por el coche rezando para que no te hayan puesto una multa, suspiras con alivio cuando ves que por lo menos tus compras no tendrán más consecuencias pecuniarias.

Dos meses más tarde te vas a vestir y te acuerdas de esa falda que abandonaste en la caja en H&M una tarde cualquiera de febrero y te regañas a ti misma por no habértela comprado. Es la falda perfecta para ESTE día y la abandonaste sin más.

24.7.07

Una boda resumida


"Boda en el altar mayor de la Catedral de León con celebración mega pija en el Parador. La menda se empieza a probar modelitos el viernes a las ocho de la tarde y se da cuenta que los malos días de las últimas semanas le han pasado factura traducido en pérdida de kilos y que, literalmente, el vestido que me iba a poner se me cae (era un palabra de honor). Pruebo con otros y ni un tirante se mantiene en pie. Opto por un vestido que me llevo sin mirar y salgo pitando a comprarme unos zapatos a las nueve y media de la noche al El Corte Inglés. A la mañana siguiente me doy cuenta que el vestido tiene manchas hasta en el último de sus pliegues y llamo a la cuñada de tu amigo Mickey que es santa y me lleva un modelito que ni había estrenado (de los que a mí me gustan, que le había costado cuarenta euros en la rebajas de una tienda la mar de “chiacha”). O sea que no veo mi atuendo hasta las dieciocho horas en León y no me lo pruebo hasta las diecinueve. Pero oye, que iba yo muy mona, y los zapatos coincidió que me pegaban, así que pude ejercer de testigo con dignidad. Ya te enseñaré fotos, sobre todo cuando me puse la chupilla vaquera encima porque estábamos a diez grados y la cena fue fuera…"

23.7.07

El Jueves

No puedo entender cómo los fiscales, los jueces, los partidos políticos, piensan que secuestrar “El jueves” es una medida óptima teniendo en cuenta la portada que nos ofrecía esta semana. Entiendo que es humor de mal gusto pero todavía creo en la libertad de expresión. Obviamente no en la que hay en España, teniendo en cuenta lo que ha pasado. El dibujo retrata al Príncipe y a su mujer como si fueran actores del kamasutra. ¿Y qué? Es sólo una broma, un chiste malo. Porque supongo que el secuestro no se deberá a las palabras de nuestro príncipe: “¿Te das cuenta? Si te quedas preñada… ¡Eso va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!” ya que CREO que todavía se nos permite a los españoles no monárquicos pensar que El Príncipe vive de su cara bonita y que lo que hace no es trabajar y, sobre todo, que no le necesitamos, ni a él ni a su padre, para representarnos a lo largo y ancho del mundo, en todo momento, que preferiríamos vivir con un solo Jefe de Estado que se lo currase de verdad al que no le tuviéramos que financiar las súpervacaciones en Mallorca y las cacerías trucadas en Rumanía.

El Mundo ayer estaba haciendo una encuesta a los internautas sobre el secuestro y su opinión al respecto. Si no recuerdo mal los ciudadanos que no estaban de acuerdo con la medida rondaban el 80%. Ya no lo podemos mirar porque la encuesta ha desaparecido del diario on-line. O a lo mejor es que yo soy muy paquete y no la encuentro.

Lo que ya me parece sangrante es que
el juez haya cerrado cautelarmente la página web de la revista. ¿No hubiera sido suficiente con no dejar reproducir la portada? ¿Qué es lo que temen el fiscal y el juez?

Por una vez, tengo mucha curiosidad por saber lo que piensa la Familia Real.

20.7.07

Un hada


Tengo una amiga muy mona que es medio hada. Tiene el pelo rubio, rubio, muy rubio y con unos rizos muy bonitos, unos ojos azules llenos de bondad y una personalidad acorde con tanta dulzura y delicia. Su vida últimamente es mucho menos feliz de lo que a ella le gustaría y sin buscarlo se ha encontrado inmersa en una situación horrible de la que le gustaría no ser protagonista. Estoy segura de que al principio se pensó que estaba teniendo una pesadilla de la que acabaría despertando. Tristemente, a veces esto no ocurre y no le quedó más remedio que ir haciéndose a la idea. Puede parecer una persona frágil por el físico que tiene pero ella es todo lo contrario. Sorprende su capacidad de superación y de asimilación de todas las cosas feas que el destino se empeña en mandarle. No puedo hacer otra cosa sino admirar la estoicidad con la que está llevando todo. La deseo que todo pase cuanto antes y que pueda volver a ser feliz lo más pronto posible. Ella se lo merece.

Para contribuir de alguna manera a tan noble causa voy a regalarle un amuleto de esos anti-mal de ojo. A mí me regalaron uno esta semana y, aunque en general no soy supersticiosa, un fantasmilla parece que por fin se va alejando de mi lado. Sea por eso, sea casualidad, sea por el positivismo que a una le puede embargar cuando le dan la posibilidad, por muy chorra y pequeña que sea, de que las cosas vayan por el buen camino, yo el mío no me lo pienso quitar. Y confío y espero que a mi amiga la medio hada también le ayude un poquito y aparte de su lado por lo menos un par de problemas.

(Aclaración dirigida a SJ: Los que me regalaste tú los tenía encima de la cómoda, tan monos ellos que son, y pensaba yo, ilusa de mí, que con tenerlos ahí era suficiente. A raíz de este nuevo ojito, me han sacado de mi error y me han explicado que en la cómoda no hacen nada, que los tienes que llevar puestos. Como con ponerme uno era suficiente, los tuyos los he dejado donde estaban, que quedan muy monos - ¿ha quedado claro que son muy monos?, y el nuevo es el que me colgado)

16.7.07

Blanco o Negro


El blanco sin el negro no es blanco. Y el negro sin el blanco no es negro. Y, por supuesto, el gris sin el blanco y sin el negro no existe. Necesita de los dos para existir. Aunque en el fondo el gris siempre se podrá reducir a blanco y negro. Cualquier gris tiene X micromínimaspartículas de blanco e Y micromínaspartículas de negro. Si lo miras profunda y concienzudamente, el gris no existe. Es sólo un engaño de lo físico a nuestro cerebro y a nuestra vista. Tontos ellos, que se dejan engañar.

Las bicicletas son para el verano. Y la vida es para vivirla. No para tirarla, desperdiciarla o machacarla, sino para vivirla. Para ver un árbol verde, amarillo y marrón, tirarnos en un campo florido de amapolas, margaritas o incluso cardos borriqueros – evitando éstos por supuesto -, bailar, saltar, reír, disfrutar, hablar, comunicarnos y ser personas medianamente decentes. Y si por alguna casualidad dejáramos de querer ser parte de la sociedad buena, si por algún motivo u otro, quisiéramos tirar más al negro que al blanco, tener más minipuntitos negros que micromanchitas blancas, no seamos tan cínicos, tan imbéciles, no queramos hacer tanto el ridículo como para encima pretender que los demás que están más cerca del blanco que del negro nos miren con satisfacción, nos contemplen con alegría, nos traten con empatía. No, no vale. No vale ser un hijo de puta, un cabrón, un cerdo o un simple imbécil y luego mirar satisfecho a tu alrededor reclamando una palmadita en la espalda. Conténtate con que sólo te den una patada en los cojones. Y encima no rechistes.

El callo

Me ha salido un callo. Y me alegro de que me haya salido. Porque si no tuviera ese callo, me dolería andar con zapatos. Y en la vida no te queda más remedio que andar con zapatos, a veces incluso por dentro de casa – odio esos días en los que la arena de la calle logra colarse en casa para pegarse en las plantas de los pies desnudos -. En realidad yo sería mucho más feliz si ningún zapato me molestase, si todos fueran suaves y perfectos como la brisa marina y ponérmelos no me crease ningún trauma. Pero… eso es imposible. La vida de mis pies no es tan fácil. Hasta el más insospechado de los zapatos te puede hacer daño cuando menos te lo esperas, cuando más confías en él para que continúe su buena trayectoria en ese día que necesitas andar un rato largo.

Pero el zapato no vencerá. Mi callo resiste frente a las adversidades cual tronco de bambú, flexible pero imbatible por muy huracanado que se levante el viento, por mucho que llueve, truene o granice. Podrá quedarse sin hojas el tronco, pero éstas siempre vuelven a florecer.

12.7.07

Dientes


Thanks to Anónimo del post de ayer, me acuerdo de las dos veces que me han puesto fundas en las muelas de los dientes. Es un momento bastante patético cuando la dentista coge la paleta de colores y lo acerca a tus dientes para poder elegir aquél que se fundirá en perfecta armonía con tu boca. Y hacen como esas dependientas pelotas de las tiendas buenas que te preguntan si eres dos tallas más pequeñas de la que de verdad eres – cuando además sabes perfectamente que ellas saben perfectamente la talla que tienes porque por algo trabajan en lo que trabajan -. Empiezan por el blanco nuclear a comparar tono con tono y van yéndose hacia el amarillo sifilítico hasta que al final acaban en un punto intermedio que NO es el color de dientes que crees tener, ni mucho menos, el que quisieras tener. Los dentistas están poco avispados porque ÉSE es el momento en el que deberían ofrecerte el tratamiento de blanqueamiento dental más maravilloso, duradero, perfecto y caro del mundo entero.



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Sin duda la mejor historia de dientes que me sé es la de un hombre hecho y derecho al que le dolían las muelas todos los días a las nueve de la noche. Tan puntual era el dolor que él se preparaba en la mesa del comedor a las ocho cincuenta y cinco y colocaba encima de ésta varios tipos de analgésicos y anti-inflamatorios, además de un vaso de agua. Sentado y con todo preparado miraba el reloj hasta que daban las nueve en punto y como un poseso tenía que empezar a engullir medicamentos para no acabar tirándose por la ventana del dolor. El hombre en cuestión fue a varios especialistas que le miraban sorprendidos cuando les contaba la historia. Pero de todas las consultas se iba sin diagnóstico y, por tanto, sin solución. Hasta que al final uno de ellos, sin mediar palabra, le dio una receta. Al salir de la consulta el hombre miró lo que el médico había escrito en el papelito que pondría fin a sus males y vio que era un tranquilizante. Pensó que él no necesitaba ningún tranquilizante, arrugó el papel y lo tiró a la basura. Por supuesto nunca más volvieron a dolerle las muelas a las nueve de la noche.

Siempre que me acuerdo de esta historia pienso que es tan irreal que forzosamente he tenido que soñarla, que es imposible que esto le pueda ocurrir a alguien.

11.7.07

El ratoncito Pérez


Se mira en el espejo. Se baja el labio inferior con el dedo índice de la mano derecha. Confirma lo que se temía, la encía está cada vez peor. Está estropeada, medio muerta, no parece que el riego sanguíneo llegue a ella. El diente se mueve ligeramente. Sabe que es cuestión de tiempo, que no hay nada que hacer, que debería haber hecho caso al dentista cuando le dijo que tenía que volver a ponerse aparato porque un diente arrebatador podría acabar matando al de al lado. Ahora se acuerda de esa conversación, de esa dentista joven con cara de acelga que la trataba como a un objeto. Y de su rotunda negación a, otra vez, llevar aparato. “Ya se arreglará. Tendré más cuidado. Me lavaré más los dientes. Usaré la seda dental todos los días, como me dicen siempre” pensó. Pero no contó con su dejadez, con que no se iba a lavar más los dientes, con que no usaría la seda dental todos los días. Y la encía siguió muriéndose sin ella darse cuenta, el recuerdo de la dentista bloqueado, para poder disfrutar. Pero ahora ya no podía seguir apartándolo de su mente. Su diente había gritado pidiendo ayuda. Ahí está, móvil, moribundo, reclamando acciones inmediatas, deseando que se pudiera retroceder en el tiempo. La encía, rosada la parte viva, más blanca la parte muerta que ya ni siente, no va a cambiar su aspecto por arte de magia, por mucho que la mire y por mucho que lo desee. Tendrá que ir al dentista. Sabe lo que le van a decir. Tendrán que hacerle un puente. Le acabarán de matar el diente. Le recortarán la carne muerta. Una eutanasia. Sólo de pensarlo se muere del asco, de la angustia. Ella no quiere un puente. Quiere su diente, su encía, viva, llena de vida otra vez. ¿Por qué no haría caso a la dentista? Eso ya no tenía remedio. ¿Qué podía hacer? ¿Había algo que pudiera hacer? No, no había ninguna carta escondida, ninguna sorpresa agradable del destino. Es irremediable. No le queda otra opción que asumirlo. ¿Qué más da? Al fin y al cabo sólo es un diente, una encía. No se va a morir. Puede permitirse pagarse un punte aparente, realista. Seguirá masticando como hasta ahora, sonriendo, hablando. No tendrá un agujero en vez de diente. Y el diente falso, aunque más falso que Judas, hará su trabajo incluso mejor que el verdadero. No tendrá caries. No se estropeará. No perderá el esmalte. ¿Qué más dará? Se quedará sin un diente verdadero. ¿Y qué? No va a tener repercusiones en su vida salvo una ligera disminución de la cuenta corriente.

Se da la vuelta, piensa en lo que tiene que hacer ese día, en su novio, que sigue durmiendo en la cama, en lo bien que están. Sonríe.

10.7.07

Esos zapatos


Una elefantita va tan feliz por la selva, dando saltitos y brinquitos sobre sus zapatos rojos de charol. Esos que sólo se pone cuando se siente muy, muy guapa porque tienen tacón y además son incómodos - ¿qué oscura razón perversa lleva a las elefantitas a ponerse zapatos incómodos aún a sabiendas de que van a tener que darse un pequeño paseo por la jungla? -. Y tan tranquila estaba la elefantita cuando un hipopótamo le dijo: “Pero Elefantita, ¿cómo se te ocurre ir con tacones? No es bueno para tus grandes proporciones”. Elefantita respiró profundo y se contuvo. Intentó forzar una sonrisa como respuesta para no resultar desagradable y se abstuvo de responder lo que de verdad le hubiera gustado responder: “¿Y tú qué tienes que opinar con esos dientes tan feos y ese moco perpetuo colgándote de la nariz?”. Al rato, un hadita le preguntó: “¿Pero no vas incómoda con esos tacones? ¿Vas bien?. Y Elefantita, como le habían preguntado en plan bien, y además el hadita era amiga suya, respondió en plan bien: “Pues sí. Es que me apetecía ponerme los tacones. Y además, estos eran los zapatos que me pegaban. Los del estampado de leopardo no pegaban mucho con mi sombrero de plumas de hoy”. Y no mucho más tarde se cruzó con una jirafa coja y con el cuello torcido de tanto buscar comida por las alturas que le dijo: “¿Por qué te has puesto esos tacones?”. Ella le hubiera respondido: “Porque me dio la gana. ¿Por qué eres tú tan fea?”, pero se contuvo. Sólo se le ocurrió: “Pues ya ves”, respuesta que no debió satisfacer mucho a la jirafa porque siguió mirando a Elefantita inescrutablemente, como queriendo saber de verdad por qué se había puesto esos preciosos zapatos de charol rojo y tacón alto. La interrogada paquiderma decidió ignorar la mirada de la jirafa fea y darse la vuelta, aún sabiendo que ese gesto iba a ser criticado como bordería pero sabía que nunca en esa selva iban a entender que a la gente con la que no tienes confianza no se le debe preguntar por su vida, y menos de manera tan directa y juzgadora de su condición física, en su caso la elefantil.

9.7.07

La vida de cada uno


Nacer, crecer, reproducirnos, morir. En los normales y corrientes mortales, esto es lo único importante. ¿Qué más dará, dentro de cincuenta años, que lo hayamos pasado bien, mal, que hayamos follado bien, que fuéramos unos infelices, que ganáramos más o menos, que tuviéramos un BMW o un Twingo? Todo habrá dado igual. Lo único que quedará aquí será nuestra descendencia. Ellos serán más felices o menos, sobre todo, dependiendo de lo bien - o mal - que lo hayamos hecho. Nada más. Nuestra responsabilidad en esta vida es entonces ser capaz de transmitir felicidad a través de las generaciones. No es tontería si tenemos en cuenta que la felicidad general hace que este mundo sea mejor. Es como el anuncio ese de la radio cuya moraleja es que si estás bien follado, todo lo demás da igual. Si eres feliz trabajas mejor, rindes mejor, te relaciones mejor con el resto de la sociedad, eres incluso mejor persona. Pero la felicidad no se enseña, como todo lo demás que queremos que nuestros hijos aprendan, se ejemplifica. Hay que ser para enseñar ser. Así que el hecho de que seamos felices en esta vida sí tiene trascendencia. Pero ¿cuándo es uno feliz? ¿Cuando tiene amor, amigos, familia y un mínimo económico para subsistir por encima de lo que el mundo ha decidido que es “el umbral de la pobreza”? Porque no hace falta sentirse realizado en el trabajo, ¿no? Eso puntúa pero no cambia las cosas. O a lo mejor para algunos sí. Es posible que haya alguien a quien lo que le dé la felicidad sea sólo el trabajo. O puede que es que a esa persona no le hayan enseñado a ser feliz y sienta la necesidad compulsiva de trabajar sin parar y no sea capaz de disfrutar del tiempo libre. O puede que para nosotros, los cerrados de mente que consideramos el amor, la familia y los amigos imprescindibles, seamos incapaces de ver más allá y darnos cuenta de lo maravillosamente genial que puede ser vivir por y para el trabajo. Seguro que a más de un jefe le haría muy feliz que sólo fuéramos felices con el trabajo. Como en “Un mundo feliz”, que los de más baja clase sólo se encuentran bien haciendo su trabajo de simple obrerito. A ver quién le explica a algún que a otro jefe que en este mundo en el que vivimos lo de vivir plenamente es imprescindible para rendir bien y ser un buen ente productivo en esta sociedad. Y que lo entendiesen ya sería un milagro.

6.7.07

Lleno


La acumulación es posible. No es tan difícil. Basta con fijarse un poquito, estar atenta. Mi bote de bolis de la oficina siempre había sido un agujero negro. No había boli o lápiz que durara más de setenta y dos horas en mi poder. Todos los días tenía que visitar el armario de material a por algún elemento para escribir. Pero hace un mes algo ocurrió en mi cerebro que me hizo cambiar. Siempre había sido consciente de que no era normal tal derroche de material de oficina pero nunca me había molestado y mucho menos se me había ocurrido plantearme por qué ocurría. Siempre había pensado que igual que hay gente que es simpática, hay gente que pierde bolis. El día que me propuse controlar el mundo bic-parker-pilot-eding-stadler no recuerdo por qué fue. Sólo recuerdo que a partir de ese día he estado pendiente de cada boli o similar propiedad mía. Así, empecé a darme cuenta de que no es que los útiles desaparecieran por arte de magia, sino que yo iba dejándolos por todos lados. Algunos se perdían en las inmensidades de las mesas de mis compañeros y otros se quedaban llorando en el baño o en la cocina esperando a ser rescatados. Desde entonces tengo el bote de los lápices lleno a rebosar. Ya no me falta ni portaminas ni lápiz ni rotulador ni pilot ni boli ni nada. Incluso ya se mantiene lleno sin necesidad de pasar por el armario del material. Debo haberme convertido sin meditarlo ni planearlo en una cleptómana inconsciente de objetos para escribir. Tan lleno está el botecito que cada día me sorprendo porque incluso me cuesta colocarlos ahí dentro sin que se caigan fuera. Tan ensimismada y tan fascinada me tiene el hecho de que un poquito de atención pueda cambiar tantas cosas que me he empezado a plantear comenzar a hacer lo mismo con otras cosas. Para empezar, con el dinero. Podría empezar a controlar cada céntimo que gano, que llega a mis manos. Todo el dinero contabilizado, escudriñado y guardado para conseguir que mi botecito de dinero (es decir, mi cuenta corriente) rebose descaradamente. Si sigo el mismo método que con los bolis (y suponiendo que funcione éste igual de bien con el dinero) probablemente en un par de años seré una de las mayores fortunas de España. El único problema es que tendré que dejar de comprarme ropa. ¿Es esto posible? Tengo una amiga que como ejercicio de voluntad estuvo seis meses sin comprar nada. Supongo que a ella le vino bien pero yo siempre pensé que se había vuelto loca. ¿Para qué privarte de algo si no tienes por qué hacerlo? La verdad, no soy capaz de imaginarme la vida sin gastar. ¿Significa esto que soy una consumista incontrolada que por culpa de sus necesidades que no necesita nunca será capaz de levantar un imperio tipo Ruiz-Mateos, Botín u Ortega? ¿Estaré condenada a ser masa por mi incapacidad de ahorrar?